Comentario
Además de cambios en las pautas de comportamiento, la década de los cincuenta, en especial su fase final, trajo también la aparición de problemas que protagonizarían de forma creciente la vida norteamericana. El principal fue el relativo a la segregación que la minoría negra sufría en gran parte del país.
En realidad, las barreras raciales se abrieron en alguna medida entre los años cuarenta y los sesenta. En gran parte, ello se explica por los movimientos de población: en 1940 sólo el 23% de la población negra vivía fuera del Sur y en 1970 ya lo hacía el 47%. Pero allí perduraba la segregación tradicional. Entre 1945 y 1950, todavía hubo trece linchamientos de negros y en el deporte de competición nacional Ashe, un negro que era una primera figura del tenis, no fue reconocido hasta 1963. Lo dicho respecto de esta minoría, como es lógico, vale también para todas las demás. En algunos Estados se negó el voto a los indios hasta comienzos de los cincuenta. Sólo en 1959 se permitió la admisión legal de braceros mexicanos -chicanos- cuya presencia era imprescindible para la recolección de productos agrícolas en California.
En estas condiciones surgió el movimiento de los derechos civiles que ha sido descrito como "el más significativo movimiento social y reivindicativo de toda la Historia americana", causante de una auténtica revolución, si bien de naturaleza pacífica. El juez Warren, que jugó un papel decisivo en ella, no parecía en principio tener los antecedentes más recomendables para desempeñar este papel, pues, durante la guerra, había colaborado en los planes de internamiento de los japoneses que vivían en los Estados Unidos. Eisenhower lo nombró para el Tribunal Supremo, pero quizá acabó lamentando haberlo hecho.
De cualquier modo, él mismo hubiera podido ejercer una influencia moral importante con un llamamiento a que se admitiera la igualdad entre las razas, pero no lo hizo, aunque consiguió hacer desaparecer la segregación en el Ejército. Cuando llegó el momento, Eisenhower cumplió las decisiones del Tribunal Supremo pero, al mismo tiempo, nunca hizo una declaración solemne en el sentido de que la segregación racial era moralmente inaceptable. Resulta probable, como les sucedía a tantos otros norteamericanos, que simplemente ignorase la situación real de los negros en el Sur. Lo que, por otro lado, le parecía inaceptable era que un Estado desafiara una sentencia judicial o tratara de boicotearla.
En 1954, el Tribunal Supremo, presidido por Warren, decidió de forma unánime en contra de la segregación en las escuelas públicas en Estados Unidos. Este primer paso judicial fue la señal de apertura de cara a un proceso de toma de conciencia por parte de la propia población negra que, en adelante, tomó la iniciativa en la defensa de sus derechos. A fines de 1955, una mujer negra de cierta edad subió a un autobús en Montgomery (Alabama) y se negó a sentarse en las filas de atrás, donde le correspondía de acuerdo con los usos tradicionales.
A partir de esta decisión individual, se puso en marcha en aquella ciudad un boicot a los autobuses segregados, que demostró que la lucha era una cuestión de dignidad individual y que tenía repercusiones en ondas concéntricas en el resto de una sociedad basada en el principio de segregación racial. Además, la lucha supuso la aparición de un líder, el pastor Martin Luther King. Su protagonismo individual se corresponde en realidad con un hecho colectivo, el decisivo papel de las Iglesias, incluidos teólogos como Niebuhr, en la defensa de los derechos de la población negra.
En realidad, existió una apreciable continuidad entre la protesta negra anterior y la de fines de los cincuenta, pero ésta fue de una magnitud extraordinaria, provocando sucesos que en otros momentos hubieran resultado inconcebibles. Cuando se produjeron graves incidentes en Little Rock por este motivo, el presidente Eisenhower, muy a su pesar, envió a 1.100 paracaidistas y federalizó la Guardia Nacional de Arkansas. Pero la lucha estaba destinada a ser larga y dura: en 1962, no había niños negros en escuelas a las que acudieran blancos en los Estados de Mississippi, Alabama y Carolina del Sur.
De todos modos, a pesar de que desde fines de los cincuenta aparecieron crecientes muestras de protesta que luego se multiplicarían, los moderados, es decir los partidarios de la acción reformista que partía de la aceptación de los principios en los que se basaba la vida norteamericana, siguieron al frente de los movimientos de protesta. A principios de 1960, comenzaron, por ejemplo, los sit-in -"sentadas"- en los lugares donde existía segregación racial. Fueron la táctica principal del nuevas organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos, como SNCC -Students Nonviolent Coordinatig Comittee- o SDS -Students for a Democratic Society-. Una oleada de idealismo movilizó a la juventud norteamericana a favor de una causa justa que, además, parecía sin duda al alcance de la mano.
Pero, al mismo tiempo y en idéntico momento, aparecieron signos de disconformidad no sólo sobre cuestiones relativas a la segregación, sino también con respecto a la propia esencia de la vida norteamericana. Los "beatniks" nacieron en el entorno de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Partidarios de un modo de vida alejado de la búsqueda del confort económico o de la promoción personal, querían llegar a una "nueva visión" utilizando la droga como medio de acceso a un mundo espiritual diferente: "beat" venía de "beatífico". Kerouac, autor de On the road (1957), una especie de biblia del movimiento, envió un mensaje irónico a Eisenhower tildándolo de "gran abuelo blanco" como demostración de que ese sector de la juventud distaba del convencionalismo que para ellos representaba el general.
Pero no hacía falta ser "beatnik" o drogarse para mostrar desconfianza ante la sociedad establecida. Ya a fines de los cincuenta o comienzos de los sesenta, apareció la canción popular, "country", de protesta como We shall overcome (1959), que sería utilizada en las sentadas contra la segregación racial. Bob Dylan convertiría en famosas dos canciones suyas, The times they're changing y Blowing in the wind (1962-3), que señalaban la distancia existente entre jóvenes y mayores. Incluso en el cine fue perceptible un marcado cambio de mentalidad. Stanley Kubrick en On the beach y Dr. Strangelove (1964) trató de los interrogantes en torno a una posible catástrofe nuclear.
También en el mundo de la literatura y del ensayo aparecían signos parecidos. Wright Mills en The Power elite (1956) criticó la supuesta existencia en Estados Unidos de un sector dirigente a caballo entre la economía y la política, capaz de imponerse a la soberanía popular. Riesman y Glazer en La muchedumbre solitaria (1950) habían presentado los inconvenientes de una sociedad carente de vínculo comunitario. Pero fue La sociedad opulenta, de John K. Galbraith, el libro crítico de mayor difusión durante la época, al señalar las limitaciones de la prosperidad norteamericana. A otro nivel, la novela Peyton Place, de Grace Mettallious (1956), vino a ser algo así como la demostración de que también el sueño norteamericano podía resultar un fracaso; en 1966 había vendido 10 millones de ejemplares.
La inquietud de fines de los cincuenta se extendió también al terreno de las relaciones exteriores. El temor que se difundió en la política norteamericana respecto del "missile gap", supuesta ventaja de los soviéticos en este arma, estuvo por completo injustificado, pero los éxitos de la URSS en los primeros momentos de la carrera espacial parecieron argumentar a su favor. Eisenhower no se dejó llevar por el pánico y se negó a aumentar los gastos de defensa, pero legó a sus sucesores un mundo tenso, sobre todo en Cuba y Vietnam, donde ya parecía que no iba a resultar factible utilizar los medios de acción de antaño.
La CIA acabó con el Gobierno de Indonesia y trató de asesinar a Lumumba y a Castro; también preparó la invasión de Cuba. Muy pronto, estos procedimientos iban a ser considerados inaceptables por los propios norteamericanos. Por otro lado, como demuestran las ya citadas películas de Kubrick, la prohibición de los ensayos nucleares se había convertido ya en una cuestión sobre el tapete que ponía en solfa la estrategia de la "respuesta masiva" vigente hasta el momento. Por lo tanto, también en política exterior los últimos tiempos de Eisenhower hicieron presagiar un cambio importante en la vida norteamericana.